sábado, 21 de abril de 2012

UN DOLAR

Por: Pilar Alberdi



Yo no sé cómo le va la vida a los demás psicólogos, pero a mí, muchas veces me tocan la puerta personas que dicen, simplemente: «Necesito hablar con alguien». Y yo abro la puerta y escucho.
Esta semana vino a mi una persona a la que había conocido a raíz de un arreglo doméstico, y lo primero que me dijo fue, «Soy... Doña Pilar, no tengo dinero para pagarle, pero...» Yo sólo escuché su nombre, el resto me lo contó una persona de la familia que en otra parte de la casa también había levantado el telefonillo y había oído las palabras de quien llamaba.
Creo que es en estos casos en donde el ritual de la «confesión», presente en algunos cultos, se torna una práctica necesaria. Si no puedo contar esto o aquello entre los míos, o si estoy tan solo que no tengo a nadie, o si me asusto de mis propios pensamientos o de un acto o varios que hubiera cometido. ¿Qué hago?
Se nos olvida, esta necesidad, la de ser escuchados, la de que alguien nos devuelva nuestra humanidad. No se trata de un perdón, sino de la comprensión de que uno es el resultado de tantos actos que en nuestra niñez, especialmente, otros han ejercido sobre nosotros.
El mayor temor que tienen las personas cuando se encuentran en una situación angustiosa es la de volverse «locos»... Como un fantasma de pasados siglos aparece la palabra manicomio o psiquiátrico, a veces no en sus bocas, pero sí en la de otros, muchas veces los familiares, y surge el horror y el temor a ser encerrados en una institución, a perderse en el laberinto de la falta de cordura, de la ausencia de la familia, del alejamiento de aquellos que han sido los amigos, los vecinos... De todo, lo que fue una vida.
Por supuesto, surge la idea de querer morirse... Otro pensamiento propio de las grandes crisis. Es tan grande el abismo, tantos los problemas a superar o, al menos, lo parecen... A veces, la tragedia de los hechos, puede suponer que nos sintamos como que tuviéramos que ascender a la montaña más alta del mundo sin ser alpinistas, sin llevar la ropa adecuada contra el frío o la falta de aire que nos esperará en la cumbre.
Sostener la humanidad de otro, estabilizar, devolver la confianza... De eso se trata. Quizá no de mucho más.
Ayer me dieron un dólar por escuchar, por consolar, por abrir una ventana hacia el futuro a una persona que llamó a mi puerta, por iluminar una habitación a oscuras, un alma apagada. Ayer me dieron un dólar acompañado de las palabras «Guárdeselo de recuerdo, señora Pilar», y yo también pude sentir que alguien me devolvía mi humanidad.

2 comentarios:

  1. Es hermoso lo que cuentas, un dolar por escuchar a veces es el mejor pago que nos puedan dar.
    Cuando alguien da todo lo que tiene no está obligado a más.
    Un beso grande

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  2. ¡Qué bonito Pilar! Y qué fantástico es tener a alguien que te escuche cuando las penas te ahogan. Aunque el pago sea un dolar, la satisfacción de ayudar a una persona necesitada supera con creces la falta de pago.
    ¡Un beso! ¡Y feliz Sant Jordi!

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