Conozco varias madres jóvenes a las que les dicen que tienen niños buenos, que a ellas les salen buenos. Las personas que piensan así parten del principio de que los suyos les han salido malos, entiéndase por esto: desobedientes, rebeldes... Y esperan que los temas se solucionen a través del cónyuge, con el convencimiento de que frases como «ya verás cuando venga tu padre (o tu madre)» o cuando pase el tiempo todo será distino. Pero el paso del tiempo hay temas que no podrá arreglar por sí mismo. También se pierde autoridad cuando se delega el cuidado de los hijos en otras personas, y esto es algo que hay que compensar de algún modo. Evidentemente, no hay escuela para padres, y la crianza no es tarea fácil. Pero la autoridad por las razones de convivencia y orden, no pueden delegarse en otros y muchos menos en el tiempo que vendrá. El otro día leí una frase presentada en forma de cartel y venía a decir, más o menos, esto: «¿Quieres educación gratuita para tus hijos? La tienes en casa». Y ahí está el principio. No se puede esperar que la escuela solucione lo que compete a las familias, a los padres. Cuando una planta se seca por falta de riego o no está bien cuidada no decimos que hay plantas malas. En el fondo no hay que olvidar que somos dadores y protectores de pequeñas vidas y que nosotros y no otros, somos los responsables. Hay dos formas de mirar a los niños, una como si fueran personas incompletas que un día serán adultos, y otra sabiendo que ya se están formando como tales, que en potencia ya lo son. Actuar desde esta última perspectiva nos hará más eficientes.
Creo que la verdadera escuela es la casa. Ya casi no me sorprende que familias enteras reaccionen igual ante determinados temas. Quizá para conocer a los hijos de los demás solo baste el conocer a sus padres. Las más de las veces reaccionan igual.
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