Por: Pilar Alberdi
Pretender que la felicidad es algo que yo decido ahora mismo, es una equivocación. Creer que yo puedo cambiar de un momento a otro mi vida, un absurdo. Pensar, siquiera por un instante, que sin mayor responsabilidad importo yo más que los otros, no ayuda a nadie.
La felicidad es un camino de comprensión, autosuperación, y pensamiento constante. De equilibrio del deseo.
Me parece bien el pensamiento positivo y todos los manuales y libros que se escriben, pero no hay que olvidar que somos el resultado de determinadas circunstancias que hay en nuestra vida y que estas tienen que ver con las personas que nos han rodeado y con sus actitudes y sentimientos a los cuales nos habremos rendido, resistido, igualado...
Pensamiento positivo, sí, pero yo no puedo cruzar puentes que aún no existen para mí. Ni puedo arrojarme al mar si no sé nadar.
Ahora, de acuerdo; pero cuando sea mi momento.
La comprensión necesita tiempo y algún maestro, alguien que ayude a ver. Quizá, después de esa etapa venga la otra. La del perdón, la de seguir adelante, la de no volver a ir por la vida con los ojos vendados por cegueras impuestas.
¡Cuidado! Porque lo mismo que nos ocurre individualmente, sucede en la sociedad. Cada época impone su dogma.
Muchas personas que no conocen el budismo, se asombrarían de la cantidad de veces que
Buda, y a continuación los lamas y monjes hablan del «pensamiento» y de la necesidad de encauzarlo, no para ser felices en los vulgares términos a los que a veces unimos esta palabra, sino para intentar, lograr un equilibrio, y para evitar esa guerra de las dualidades, a las que nos vemos abocados, teniendo que decidir siempre entre una cosa y otra.
Escribió Buda:
«Esta es, ¡oh monjes!, la noble verdad respecto al dolor: el nacimiento es doloroso, la vejez es dolorosa, la enfermedad es dolorosa, la muerte es dolorosa; el contacto con lo que uno no ama es doloroso; la separación de lo que uno ama es dolorosa; no conseguir lo que uno desea es doloroso; en resumen los cinco objetos del apego son dolorosos».
La palabra de Buda se basa en otras «verdades». Pero en esas líneas hay temas fundamentales que cualquier persona conoce bien: estar con los que uno no ama es doloroso; separado de lo que se ama, también; el no conseguir lo que uno desea, duele; pero también puede llegar a serlo, el conseguir lo que uno desea.
Quienes me conocen saben que me gusta el budismo por su respeto a la naturaleza, por sus oraciones al viento, por su vivir el instante desde dentro del corazón del mundo.
Cada uno de nosotros produce ecos... Ondas... Los demás nos afectan y afectamos a los demás...
Sinceramente, no deja de ser curioso, que las naves que salvan a los privilegiados del mundo en la película «2012» deban subir a las arcas- naves destinadas a tal fin, en el Tibet, al pie del Himalaya, y sea un monje, el que al ver venir la gran ola de más de 1.500 metros, toque,acaso la que sea la última oración al viento por la humanidad mientras los privilegiados de la tierra, gracias a su poder político; sus conocimientos científicos; y su dinero, porque son ricos; suben presurosos a las naves.
Estos pensamientos surgen esta noche y no sé bien a cuento de qué. La luna está en menguante. En el jardín todo duerme. Aún no han comenzado a cantar los grillos, ni han llegado las cigarras.
Esto es lo que escribió el poeta japonés
Ryokan, al que llamaban El tonto. Era un poeta monje que vivía en una choza. Si pudiéramos comprender lo que plantea, sin duda, todo sería más fácil.
Dice su poema:
«¿Cuál sera mi legado? Las flores de primavera.
El cuclillo en las colinas; las hojas en otoño».
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