lunes, 14 de junio de 2010

EL LIBRO DE CUENTAS DE LAS FAMILIAS



Texto: Pilar Alberdi
Para Dolores, la abuela de E.

En sus obras Bateson hablaba de «la danza infinita de las coaliciones cambiantes» entre los miembros de las familias. A esto mismo, una atenta seguidora de este psicoanalista, Edith Goldbeter que luego citaré nuevamente, llamó la «coreografía familiar». ¿Quién está contra quién? ¿A favor de quién? ¿En qué circunstancias? ¿Por qué? ¿Se trata de los miembros de una misma generación? Es decir: los padres frente a los hijos o al revés. O ¿son miembros de ambas? Lo que se ha dado en llamar «coaliciones perversas» que hacen tanto daño en la familia. Por ejemplo una hija aliada con el padre en guerra contra la madre y un hermano. O una hija o un hijo enfrentado a uno de sus progenitores y a su nueva pareja en defensa del otro progenitor. Los modelos son varios.
Para algunos terapeutas como por ejemplo para Jean Sarkissoff autor de En busca de la sonrisa perdida el cliente que va a la consulta puede encontrarse en el proceso de la terapia con la «madre empática, curiosa y comprensiva» que le faltó en su día. Sin duda que es así, el terapeuta debe ofrecer amor individual primero y luego fortaleza para ayudar a la persona a penetrar en su dolor y sacar aquello que está enfermando su mente y su cuerpo. Edith Goldbeter, a quien antes nombré, también aporta otra idea interesante El cliente también acude a terapia a encontrarse con una persona fallecida que ya no está en su vida, y yo añadiría, o con la que no se puede comunicar, por ejemplo, a causa de un tipo de enfermedad de tipo degenerativo o senil. Ella, en su teoría, sigue a otros autores que ya habían detectado la presencia de «terceros o figuras familiares» a los que se puede definir como «ligeros o pesados» según la importancia que hayan tenido para la familia y para la resolución de los conflictos que en ella sucedían.
Y ¿por qué hay que acudir a estos difuntos o ausentes? Iván Bozormenyi Nagui lo explica a través de las «lealtades invisibles» que existen en todas las familias y de lo que ha dado en llamar el «Libro de Cuentas de las Familias». Pero ¿realmente existe este libro? Por supuesto que sí. Dice el autor: «Es como si existiera una ley que impusiera el reembolso o la reparación de cada deuda». Lo sabían los griegos que hicieron de la venganza sus mejores dramas en la vida real y en el teatro. Sabían que la culpa de la venganza también caería sobre ellos, pero el clan, necesitaba ejecutarla. Como con los siglos hemos perdido este sentido del clan o la tribu, también hemos perdido esa clase de conocimientos básicos que psicólogos como las nombrados han rescatado del olvido. Pero ¿qué se escribe en ese libro? En ese libro está escrita la vida de la familia, quien hizo qué por quien, quien dejó de hacer, a quién se excluyó, porque se guardó un secreto familiar, se ocultó un incesto, una infidelidad, una enfermedad vergonzosa, una herencia mal repartida, etc. Estamos hablando del alma de la familia, de aquello que subyace encubierto bajo la superficie.
¿Hay guardianes del libro? Sin duda. El otro día un cliente me hablaba del papel de su abuela en su familia. Había sido la gran unidora, la cuidadora del legado. Cuando sucedía algún imprevisto, los demás acudían a ella. ¿Es que tiene que haber en las familias grandes deudas y grandes reparaciones que hacer para que aparezcan estos delegados? Al parecer sí.
Se preguntaba con razón esta persona por qué una vez desaparecida su abuela, nadie ocupó su lugar. «Desde entonces —concluyó diciendo— la familia está más dispersa, cada uno como si estuviera en una isla. A veces nos juntamos —añadió—, pero sigue imperando en nosotros el concepto de islas».
Le pregunté cómo era su abuela. Me dijo: «fuerte y bondadosa», lo que yo traduje en palabras del lama Surna Das como «La serenidad es el coraje en reposo».

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