miércoles, 19 de mayo de 2010

A LOS DISFRACES...



Texto y foto: Pilar Alberdi

“La vida de cada persona afecta a miles de semejantes y lo que hacemos en relación con otra persona afecta, a su vez, a su relación con otros, en un círculo cada vez mayor” Stefan Einhorn
“La autocompasión es el peor enemigo y, si nos rendimos ante él, nunca seremos capaces de hacer nada inteligente” Helen Keller

En la obra de teatro El balcón de Jean Genet, Irma la dueña del burdel, dice a los clientes: “¡Enciéndanse todas las luces de nuevo... Vístanse... (Un gallo canta). Vístanse todos... ¡Ah, los disfraces! Distribúyanse de nuevo los papeles...”
De vez en cuando es bueno preguntarse cuál es el papel de cada uno. ¿En qué medida estamos jugando papeles preestablecidos por otros? Yo creo que siempre estamos jugando papeles preestablecidos o al menos establecidos, condicionados por diferentes circunstancias, y en especial por diferentes creencias. De hecho, nacer en una determinada familia y sociedad ya supone tener que aceptar y cumplir con unas pautas. Hay familias donde unos ciertos sentimientos se permiten y otros no; hay culturas con unas determinadas normas.
En el libro de Ronald Laing, El yo y los otros, el autor cita la anécdota de un niño que daba vueltas a la manzana. Un policía sorprendido por la actitud del pequeño, lo detuvo y le consultó qué estaba haciendo. El niño, muy inocente, contestó que escapando de su casa. El policía le pregunto entonces por qué daba vueltas y vueltas a la manzana, y el pequeño contestó que tenía prohibido cruzar la calle.
Supongo que muchas veces nos sucede igual que al niño, queremos escapar dando vueltas alrededor de aquello que nos tiene atrapados sin atrevernos a cruzar la calle porque está prohibido. Pero no somos conscientes de que esa prohibición fue impuesta y sigue pesando sobre nosotros. ¿Qué clase de prohibiciones portamos? ¿Hasta que punto son aprendidas? ¿De cuáles no nos hemos defendido jamás? ¿A cuáles convendría renunciar?
Cierto es que uno siempre puede seguir adelante como si fuera la máquina de un tren. Pero un tren es eso, una máquina, y al fin tendremos que detenernos y preguntarnos más tarde o más temprano: ¿a dónde vamos?
Es una idea básica en terapia que las personas queremos cambiar y quitarnos los problemas de encima, pero no es necesariamente verdad. Para muchas personas esos problemas son su vida, incluso la forma en que se estructura su día a día. Quizás se suceden las peleas conyugales, el maltrato a los niños y ancianos, el desprecio a los compañeros de trabajo. Aparece la autocompasión que es absolutamente dañina cuando no nos deja admitir la posibilidad de un cambio, y mil formas más de sentirnos mal, incluida la enfermedad, sin dar lugar a una autocrítica constructiva. Lo que resulta siempre claro es que vivir es tarea de valientes. Y valentía no nos falta si hemos hecho ya algo de camino en la vida.
¿Qué me ata a ese problema? ¿Un deber? ¿Una costumbre? ¿Una solución mil veces ensayada y que no sirve para nada? ¿Es una falsa idea de lo que debería ser el amor? ¿Es odio? ¿Cuándo vamos a dejarlo?
Somos personas no islas... Y nos estamos afectando constantemente. Un buen comienzo del día puede dar lugar a muchas horas buenas. Y esto se percibe en detalles mínimos... Si hubo un beso de despedida, un ofrecimiento para desayunar juntos, unas palabras amables de un conductor de autobús, de un vecino, de un empleado o un jefe... Percibimos con claridad aquello que recibimos, pero ¿nos preguntamos por aquello que damos...? ¿Qué damos?
En toda actitud despótica hay un desprecio a la debilidad, por eso no es extraño que aquellos que lo son, hayan sido maltratados de niños o incluso de adultos. Lo que desprecian en el otro, es su propia debilidad de antaño. Hellinguer dice: “encarar el dolor supone dejar de enfurecerse”. De ese modo, el dolor se convierte en comprensión, y con esta llega siempre cierta paz de espíritu. Si no me gusta mi disfraz de payaso, de guerrero, de dictador... basta con negarme a seguir utilizándolo. Si no me gusta el disfraz que me dan de niño (esto les sucede a muchos jóvenes) tengo que decirle a quien me lo otorga que ya soy mayor, y lo mismo que puedo desenvolverme ante unas tareas puedo hacerlo con otras. Es probable que pensando en esto, veamos tras dar unos pocos pasos, que somos capaces de arrojar aquellos disfraces con los que no nos sentimos a gusto. Es algo bien sabido que no podemos contentar a todos... Es imposible. Con mejores palabras lo dijo Séneca: “Importa mucho más lo que tú pienses de ti mismo que lo que otros piensen de ti”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario