miércoles, 5 de mayo de 2010

LA CIENCIA Y LOS DILEMAS ÉTICOS



Ilustración Loli Martínez a quien agradezco su generosa aportación al texto.

«La sabiduría consiste no sólo en ver lo que tienes ante ti, sino en prever lo que va a venir». Terencio.

Nos encontramos en una situación en que la ciencia ofrece soluciones a problemas del ser humano sin aportar respuestas a los dilemas éticos que ella misma crea. A veces, las personas se plantean estos problemas, porque los comprenden de inmediato, otras veces, tardan más, porque el planteárselo entra en conflicto con su deseo. Yo, me atrevería a decir que tiene suerte quien se los plantea antes. Pero ¿qué ocurre cuando ni siquiera somos capaces de ver esos problemas porque nos parece que lo que permite la ciencia no puede ser antiético o no puede acarrearnos problemas al mismo tiempo que quizá nos soluciona momentáneamente alguno? Moliere decía que aunque algo fuese un vicio, si estaba de moda, era bien considerado. Aquí podríamos decir casi lo mismo en otro sentido, si la ciencia lo permite, está bien considerado. Pero con eso no basta.
Tengo la costumbre de anotar frases que recojo en mis lecturas. Una vez apunté esta de la escritora Amy Tam: «Esto es poder: tomar en tus manos el miedo de otra persona y mostrárselo». Sinceramente, no recuerdo ahora en referencia a qué tema lo decía ella en su novela, pero yo sí sé con respecto a cuáles posibles lo recogí yo y lo escribí en un cuaderno, aunque hasta el día de hoy no lo he utilizado como referencia. El miedo de los demás… A no ser feliz, a no encontrar pareja, a no poder ser madre, a… ¡Tantas cosas! Hay tantos miedos diferentes.
He de decir que cuando a mí me ha tocado y suele ser bastante habitual recoger en mis palabras y mostrar el miedo, o el dolor o lo que fuere a la persona que tengo enfrente, no siento en modo alguno que tengo poder, muy por el contrario, siento pena de decir lo que digo porque sé que mis palabras pueden causar más sufrimiento, pero mantengo mi responsabilidad en base a criterios de sentido común, y a los míos propios, a los que he llegado por formación profesional y por experiencia de vida. Porque a fin de cuentas, el que te pregunta sobre lo que crees que esa persona debe hacer, duda, o lo que es lo mismo, sabe que una decisión que la ciencia le permite tomar quizás no sea en su caso la más afortunada. Pero la ciencia no se lo dirá, porque no tiene alma ni voz propia. También está representada por personas.
Hay un momento en que una mujer soltera y sin pareja puede pensar que su tiempo para procrear se termina y quiera tener hijos a través de la inseminación artificial. La ciencia lo permite. Pero… ¿Qué edad tiene esa mujer? ¿Está preparada para la maternidad? ¿Al no tener un compañero de qué forma podrá cuidar de ese bebe? ¿Es una persona generosa? ¿Cómo le explicará a ese niño quién es su padre? No podrá hablarle de un laboratorio o de una muestra de semen… ¿O sí?
Muchas veces lo que parece una gran solución hoy, puede ser un problema mañana. Creo que la ciencia que aporta tantas ventajas en tantos problemas médicos, también debería aportar psicólogos que hablen a sus clientes de los pro y los contra de cada actuación. Dije algo similar en otro artículo con respecto a los abortos, y lo digo aquí sobre la inseminación artificial; la cirugía plástica; en fin, podríamos sumar más casos rápidamente.
Hay temas que a todos nos quedan grandes. Lo sabemos cuando la solución no es fácil. Y muchas veces no lo es. En realidad casi nunca lo es.
Recuerdo en momentos así a mi terapeuta Rakasa Lucero, ella siempre nos decía a sus grupos de terapia «sin ánimo de ayudar» en el sentido de que es casi más fácil dar una palmadita, asentir, complacer… Igual que hacen los amigos. Pero uno no es un amigo. Por eso, algunas veces, muy a pesar nuestro, nos toca hacer el papel del agorero que pronostica guerras y calamidades, plagas y tormentas en el futuro a causa de la decisión que hoy tomemos, si no está suficientemente meditada.
A veces, el cliente nos contesta, «bueno, y por qué voy a preocuparme yo de eso en este momento si lo peor ha de suceder de aquí a seis, siete, ocho años...». ¿Por qué? Muy simple. En primer lugar porque como ser humano tienes esa responsabilidad. La de pensar en el porvenir y calcular las consecuencias de tus actos. A veces, parece que olvidamos lo esencial.

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