jueves, 15 de abril de 2010

¿RECIBIMOS LO QUE DAMOS?



Siempre me ha interesado esta pregunta. La he visto aparecer una y otra vez en mis pensamientos y la escucho con atención cuando la expresan los demás. Es una de esas preguntas importantes equivalente a otras fundamentales como «¿Quién soy? ¿Para qué estoy aquí? ¿Quién quiero o aspiro a ser?
El paso de los años me ha convencido de que siempre recibimos más de lo que hemos dado. Quizá no recibimos lo que esperábamos, pero eso no quiere decir que no recibamos una enseñanza precisa, algo determinado por las circunstancia y, sin duda, importante.
Intentaré poner ejemplos sencillos. A veces esperamos «un momento de atención», «una caricia», «comprensión», «amor»… Todos tenemos y participamos de estas hondas emociones. Las esperamos porque consideramos que nosotros las hemos dado, que nos las merecemos, que son de justicia el recibirlas.
Sin embargo, si nos dan lo contrario nos ofuscamos, lo lamentamos, y es que, tantas veces, no sabemos ver dónde está el aprendizaje. Quizá un simple agradecimiento por alguna actitud nuestra nos lleve a pensar bien de nosotros, pero si no nos la dan es probable que nos preguntemos el por qué. Este «por qué» también es una retribución. Realmente es un regalo importante, si así lo queremos ver. Puedo preguntarme por qué no lo he merecido, por qué no se me ha dado. En cualquier caso, la pregunta obliga a un análisis, o sea al conocimiento de uno mismo o del otro. Bienvenido sea entonces.
Son regalos que la vida nos hace y no los vemos. Me atrevería a llamarlos: regalos de comprensión.
En este tema, los budistas, saben mucho. Ellos hablan de «tesoros» para referirse a esas personas difíciles que están en nuestra vida o en nuestro camino. Las vamos encontrando. Algunos recogemos esas experiencias como caracolas brillantes por el agua del mar y la luz del sol y les damos un lugar especial en nuestro corazón y en nuestros recuerdos. ¿Cuánto más tiempo habría tardado en aprender tal o tal otra cosa si en un momento dado de mi vida no me hubiese dado de frente con el carácter difícil de una determinada persona? ¿Con una circunstancia inesperada?
Me gustan los budistas porque envían oraciones al mundo dando vueltas unos cilindros o ruedas de oraciones en los que dice que lo mejor de ti está en tu interior y tienes que descubrirlo. Me agrada pensar que en las frías montañas de Nepal alguien ha colgado una banderita de colores con una de estas oraciones y también flamea al viento por mí.
La vida es sencilla, si así la queremos vivir. «Cuatro días…» dicen algunos. Tal vez, pero ¡qué cuatro días! Pueden ser una verdadera vivencia en la comprensión. Acaso también pueda decirse que nuestra forma de pensar señala nuestro camino, por tanto, este camino salvo imprevistos que puedan resultar graves, será previsible en gran medida.
¿Voy hacia donde pienso? Se podría hacer esta pregunta y decir que sí, sería una respuesta adecuada. Por eso es tan importante, tener conciencia de lo que uno piensa para saber siempre hacia dónde nos encaminamos. Y sobre todo tomar conciencia de por qué uno piensa como piensa.

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